martes, 30 de octubre de 2007
miércoles, 17 de octubre de 2007
Editorial Juan Pablo Varsky en La Nación
Es un capital simbólico. Sólo se considera hombre a aquel que lo tenga. Los hinchas se lo conceden a aquellos compañeros que demuestren su saber físico en una lucha corporal contra las hinchadas rivales", dice el antropólogo José Garriga Zucal en "Hinchadas", un imprescindible libro de investigaciones compiladas por el sociólogo Pablo Alabarces. ¿Cómo se llena ese formulario? Agarrándose a trompadas con el "enemigo". El aguante está mucho más asociado a la capacidad para resistir el dolor que a la fidelidad por los colores. El que no se la banca no recibe entradas de favor, no tiene acceso a los beneficios de pertenecer En gran parte de la sociedad, la combinación violencia-drogas-delito tiene connotación negativa. Pero, en su propia lógica, estos grupos le dan un valor positivo a ese cóctel. "Estar loco y de la cabeza a partir del consumo de alcohol y drogas los nutrirán de honor y prestigio entre sus pares", continúa Garriga Zucal. Tener aguante, no temerle a nadie y estar "re loco" son los imprescindibles requisitos para ser incluido en la barra. ¿Por qué lo hacen?, podemos preguntarnos, cómodamente sentados en nuestro sillón. Ante la humillante exclusión social que sufren muchos jóvenes de la provincia de Buenos Aires (esa exclusión que vemos en los medios, pero no padecemos en persona), pertenecer a un grupo y tener una identidad no es un consuelo menor. Es la posibilidad de aferrarse a "algo" y ser alguien en la vida El aguante se ha privatizado gracias a los propios dirigentes de los clubes y a los referentes políticos que recurren permanentemente a sus servicios de protección y aprietes. El lema de los barras parece ser: "Si ellos roban, nosotros les robamos a ellos". ¿Hace falta meterle miedo al DT para que se vaya? Marche una amenaza por acá. ¿El intendente necesita gente para un acto? Vamos todos para allá. ¿Hay una forma de callar críticas contra el manejo fraudulento de los clubes? Sí, haciendo participar a los muchachos. En primera división se gana mucho dinero. En Rosario Central, manejan las divisiones juveniles. En Newell s, representan futbolistas profesionales. Adrián Rousseau y Alan Schlenker llevaron a los quinchos de Ríver su pelea por un botín de 60.000 dólares y arruinaron a los mismos dirigentes que les habían habilitado la caja millonaria. En Boca, Rafa Di Zeo se pasea como una celebridad, maneja el presupuesto y exporta su "manejo de grupo" a México y España para seguir engrosando sus ingresos como barrabrava. Esta mercantilización aleja a los barras de la simpatía por un club y los agrupa en otro bando: el de los mercenarios. Si la fórmula les funciona muy bien, ¿por qué la van a cambiar ? Creer que son inadaptados es el colmo de la ingenuidad. En tanto, el hincha argentino es visto en el exterior como el gran actor de nuestro fútbol. Es el que más alienta, el que más espectáculo da. Se habla más de la pasión del hincha que de la calidad del juego. Muchas bandas de rock sueñan con tener un tema cantado por una hinchada. Aunque en la versión cancha se hable de drogas y muerte El fútbol de ascenso en la Argentina es un fenómeno sin equivalentes en el mundo. Tiene cuatro categorías dependientes de AFA y el Torneo Argentino organizado por el Consejo Federal. Transmisiones radiales, programas de TV por cable, suplementos de diarios y sitios de Internet lo difunden como en ningún otro lugar del planeta. Buena parte de la actividad está concentrada en el conurbano bonaerense. Desde la B Metropolitana hasta la D, 47 de los 60 equipos proceden de esta región que padece la pobreza económica y la exclusión social. Aquí, al no haber plata importante, las barras militan por su propio club. El único botín en juego es ver quién se la banc a y quién corre en una pelea entre hinchadas. Ante esta superpoblación de equipos, la policía bonaerense debe ocuparse del 63% de los encuentros que se juegan cada fin de semana. ¿Está en condiciones de prestar servicio a tantos partidos? Desde operativos ineficaces hasta represiones indiscriminadas, pasando por inflación de agentes adicionales, su mala reputación no ayuda. Que no haya detenidos tras los incidentes en Gerli entre hinchas de Talleres y Los Andes suena a burla. Pero, ¿qué puede hacer cuando dos grupos deciden enfrentarse por el simbólico tesoro del aguante? Identificada por los barras como una hinchada más (y no como fuerza pública), la Policía cuenta en su base con hombres provenientes de los mismos sectores de pobreza y exclusión que aquellos a los que debe reprimir. El trabajo no está bien remunerado. Aparecen el resentimiento y el descontrol. Para un barra, robarle la gorra a un policía vale más que llevarse un trapo rival. Y las condiciones geográficas colaboran con la causa. De 62 estadios bonaerenses, 40 tienen muy cerca una estación de ferrocarril, lugar ideal para el combate. Los clubes pierden dinero, ya que la recaudación nunca les alcanza para pagar los costosos (e inflados) operativos policiales. La actual estructura está colapsada. Ante este panorama, es un milagro que no tengamos más tragedias por fecha. ¿Soluciones? Con educación, se atacan las causas de este drama. Llevará mucho tiempo, es una cuestión de largo plazo. Con justicia y gestión, se atacan los efectos. Aquí sí se demanda una urgente intervención del Estado y de la AFA. Nuevas leyes, reestructuración del fútbol y voluntad política para llevar adelante las reformas. Mientras tanto, usted aguante.
El fantasma de la impunidad: sólo 33 condenados (Clarin)
No es sólo el horror que provoca cada muerte. El otro drama es la impunidad: a las 138 víctimas del fútbol argentino, la Justicia respondió con condenas -recayeron en 33 personas- en apenas 16 casos. Los otros expedientes se cerraron como accidentes, terminaron con sobreseimientos o fracasaron a poco de abrirse.Adrián Scaserra recibió un tiro mortal en la cancha de Independiente, en 1985, pero nunca nadie terminó de identificar al policía que le disparó. El único acusado por el crimen de Wally Rodríguez, doce años después, fue absuelto porque -entre otras razones- se tuvieron que anular parte de las pruebas. En la causa por la muerte de Ulises Fernández, el hincha de Huracán que se convirtió en la última víctima del siglo, hubo 101 imputados e idéntica cantidad de sobreseídos.Un funcionario judicial a cargo de una de las investigaciones por muertes en las canchas ofreció una posible explicación. "Nos encontramos con una barrera de silencio. La gente que realmente vio lo que pasó, los compañeros de los hinchas involucrados, los dirigentes que conocen a los sospechosos... Nadie quiere aportar datos ciertos", confió a Clarín.La Justicia empezó a hablar de barras bravas a fines de los años 60, al condenar por homicidio a los asesinos de un hincha de Racing llamado Héctor Souto. El juez porteño Jorge Moras Mom describió entonces con pelos y señales el funcionamiento aceitado del grupo.Pasaron 25 años para que ese accionar se encuadrara en una figura más grave: la asociación ilícita, que no es otra cosa que un conjunto de personas que se dedica a cometer delitos. Eso dijeron de la barra de Boca las camaristas Isabel Poerio, Silvia Arauz y Elsa Moral. Y metieron presos a José Barritta -El Abuelo- y compañía, en el juicio por el homicidio de Walter Vallejos y Angel Delgado (de River).En los 16 casos que la Justicia llegó a condenas también estuvieron comprendidos otros delitos. A los hinchas de Boca que lanzaron la bengala que atravesó la garganta de Roberto Basile (de Racing) los encontraron responsables del delito de homicidio culposo. Es decir que, para la Justicia, no tuvieron intención de matar.El total de personas condenadas en esos 16 casos, como quedó dicho, es de 33. La sentencia que incluyó a más gente, además de la de Barritta, fue una de 1997 contra otros seis hinchas de Boca que habían matado a patadas a Osvaldo Bértolo, de Independiente. La Sala II de la Cámara del Crimen de Lomas de Zamora les impuso 8 años de cárcel por homicidio en riña.El promedio de edad de todas las víctimas es de 25 años. Son 137 hombres y una mujer: Margarita Gaude, rosarina, de 66 años. En setiembre de 1991 viajaba en un colectivo de la línea 107, a metros de la cancha de Central, justo en medio de una pelea. Recibió una pedrada letal.Las armas más usadas por los asesinos del fútbol son las de fuego. Sin contar a los muertos de la Puerta 12, el 46 por ciento murió a tiros. Esto incluye a las víctimas de la represión policial.De esa manera se produjeron las dos primeras muertes, hace seis décadas, en la tribuna que la hinchada de Boca ocupaba en la cancha de Lanús. El último caso fatal de represión fue el de Sergio Filipello, un chico de Brown de Adrogué que recibió un balazo dentro de un tren. En el juicio oral por su muerte, el principal acusado es un guardia de una empresa de seguridad.
Cien años de violencia
Cuando el olor a pólvora inunda los sentidos, cuando la sangre se derrama ante nuestros ojos, cuando nuestro raciocinio se sobrecarga de violencia, ya no hay espacio para la reflexión.
Acostumbrados a medidas y políticas con más tinte demagógico que reaccionarias, la solución a la violencia en el fútbol parece cada vez más lejana. Solemos escuchar que el modelo inglés (aplicado a los hooligans en 1989) podría ser la solución al mal que nos aqueja. Intentando seguir ese ejemplo es que en todos los estadios se implementaron sistemas de video y audio como si esto fuera una mágica y rápida respuesta a los violentos. Como todo en la Argentina la imposición careció de profundidad, porque para implementar un modelo extranjero habría que tener en cuenta varios factores: a) Nivel Sociocultural de la sociedad, b) Implementar el plan completo y no solo pequeños detalles de un programa que solo funciona si es implementado en forma integral y concienzuda, c) Ética y transparencia en las autoridades a cargo de la seguridad.
Estamos a acostumbrados a ejércitos de policías que lejos de servir a los espectadores y prevenir incidentes solo están dispuestos estratégicamente para reprimir. ¿Para que cantidades monstruosas de efectivos, si solo con un grupo menos numeroso pero bien entrenado y preparado se puede “prevenir”?
Prevención es la palabra clave en esta ecuación. Dirigentes deportivos y públicos carecen de visión y solo atacan al síntoma de esta enfermedad, parecen no querer entender que solo en la raíz está la solución. Quizás no la ataquen porque ellos mismo sean los culpables del crecimiento desenfrenado de un monstruo de muchas cabezas al que llamamos “Barras bravas”. El financiamiento de estos a las barras hace más de 50 años, ha hecho que este animal que parecía domesticado se les haya escapado de las manos y hoy muerda la mano de quien lo alimenta. El comienzo de toda acción para evitar nuevas víctimas es erradicar estos grupos violentos que se mueven en las adyacencias de la ley. Para lograr esto debe desaparecer la inocencia culpable que responde a “en mi club no hay barras bravas” o el gigantesco esquive de bulto que hacen legisladores e intendentes municipales, provinciales y nacionales que saben perfectamente de que estamos hablando.
”… Los espectadores solo sostienen su interés por el fútbol gracias a su pasión porque los responsables de canalizarla, acrecentarla y mantenerla vida apuestan al facilismo.
El fútbol argentino tiene una crisis estructural que muchos creen entender pero que pocos se ocupan de desentrañar (…) Tal vez es hora de entrar en el tema en serio con bisturí y de ser necesario con una motosierra. Porque por ahora todo lo sostiene la pasión y la pregunta que nos hacemos es hasta cuando…” (El Gráfico, 1/2/00 Editorial titulada “La Pasión por ahora aguanta”)
Después de mucho revolver y escudriñar vamos a llegar a un mismo punto, al núcleo de la violencia: la conclusión es que la raíz de toda violencia nace en la gente que la produce y la que la incentiva por medio de aportes económicos. Para lograr resultados se debería empezar por las oficinas elegantes y no por los suburbios de gente humilde. Ahí donde debería surgir la conciencia que contagie al resto de la gente, es donde surgen los planes oscuros y viciados de intereses que no hacen más que ponerle una curita a una herida gigantesca.
La concientización es otro paso importante hacía la solución definitiva. ¿A que me refiero? Si nosotros logramos concientizar a ese grupo de excluidos sociales que ven en sus expresiones violentas una forma de drenaje a las injusticias de una sociedad llena de desigualdades, podremos lograr que estos individuos a los que llamamos “barras” se conviertan en “hinchas”. No es excluyéndoles, ni reprimiéndolos que llegaremos al objetivo sino con contención y un ambiente que no realce su agresividad.
No es posible controlar a gente a la que se trata como “animales”: colas interminables, cacheos que rozan la violencia, estadios con accesos y baños en estado lamentable; no hacen más que aumentar el sentimiento de ira hacia lo establecido y fomentan las expresiones de furia. En Inglaterra dentro de las muchas medidas adoptadas para combatir a los “hooligans” se destaca la implementación de una figura llamada “Ombudsman” que lo ingleses tranformaron en “Ombudsfan”. Esta persona designada por el estado se encarga de proteger los derechos de los hinchas que asisten a espectáculos deportivos, con la creación de una secretaría que contiene y milita para mejoras que favorezcan la comodidad y seguridad de los espectadores. Esta figura política fue el eje de todo el plan para erradicar a los hooligans de las canchas del fútbol inglés. Porque estos violentos fueron individualizados y por medio de estudios sociológicos se comprobó que el 90 por ciento de estas personas pertenecían a la clase media trabajadora inglesa que se veía ampliamente desfavorecida con las políticas implementadas en aquella época por Margaret Tatcher (Primera ministra inglesa en 1989). Se les ofreció contención y principalmente se excluyó de las canchas a aquellos con antecedentes penales.
Sin embargo nosotros estamos un paso delante de ellos, que tuvieron que esperar una tragedia para reaccionar y aplicar cambios radicales. La tragedia conocida como “El Desastre de Hillsborough”, que causó la muerte de 89 personas y donde resultaron heridos más de 400 simpatizantes del Liverpool el 15 de abril de 1989, fue el punto de partida para lograr cambios. ¿Tendremos que esperar una tragedia de similares características para reaccionar? ¿O solo con cambiarle el nombre a la tristemente célebre puerta 12 por acceso “K” lograremos algo?
¿Cuan lejos estamos de ellos en nuestras medidas?. Los políticos siguen buscando leyes que logren golpes mediáticos con resultados a corto plazo que les garanticen rédito político. Nadie parece darse cuenta que la solución se encuentra en un largo plazo, pero tenemos que hacer todo hoy, al mismo tiempo y esperar los resultados en cinco años y otros diez para ver la estabilización. No parece mucho tiempo después de 100 años de violencia y 217 muertos.
Acostumbrados a medidas y políticas con más tinte demagógico que reaccionarias, la solución a la violencia en el fútbol parece cada vez más lejana. Solemos escuchar que el modelo inglés (aplicado a los hooligans en 1989) podría ser la solución al mal que nos aqueja. Intentando seguir ese ejemplo es que en todos los estadios se implementaron sistemas de video y audio como si esto fuera una mágica y rápida respuesta a los violentos. Como todo en la Argentina la imposición careció de profundidad, porque para implementar un modelo extranjero habría que tener en cuenta varios factores: a) Nivel Sociocultural de la sociedad, b) Implementar el plan completo y no solo pequeños detalles de un programa que solo funciona si es implementado en forma integral y concienzuda, c) Ética y transparencia en las autoridades a cargo de la seguridad.
Estamos a acostumbrados a ejércitos de policías que lejos de servir a los espectadores y prevenir incidentes solo están dispuestos estratégicamente para reprimir. ¿Para que cantidades monstruosas de efectivos, si solo con un grupo menos numeroso pero bien entrenado y preparado se puede “prevenir”?
Prevención es la palabra clave en esta ecuación. Dirigentes deportivos y públicos carecen de visión y solo atacan al síntoma de esta enfermedad, parecen no querer entender que solo en la raíz está la solución. Quizás no la ataquen porque ellos mismo sean los culpables del crecimiento desenfrenado de un monstruo de muchas cabezas al que llamamos “Barras bravas”. El financiamiento de estos a las barras hace más de 50 años, ha hecho que este animal que parecía domesticado se les haya escapado de las manos y hoy muerda la mano de quien lo alimenta. El comienzo de toda acción para evitar nuevas víctimas es erradicar estos grupos violentos que se mueven en las adyacencias de la ley. Para lograr esto debe desaparecer la inocencia culpable que responde a “en mi club no hay barras bravas” o el gigantesco esquive de bulto que hacen legisladores e intendentes municipales, provinciales y nacionales que saben perfectamente de que estamos hablando.
”… Los espectadores solo sostienen su interés por el fútbol gracias a su pasión porque los responsables de canalizarla, acrecentarla y mantenerla vida apuestan al facilismo.
El fútbol argentino tiene una crisis estructural que muchos creen entender pero que pocos se ocupan de desentrañar (…) Tal vez es hora de entrar en el tema en serio con bisturí y de ser necesario con una motosierra. Porque por ahora todo lo sostiene la pasión y la pregunta que nos hacemos es hasta cuando…” (El Gráfico, 1/2/00 Editorial titulada “La Pasión por ahora aguanta”)
Después de mucho revolver y escudriñar vamos a llegar a un mismo punto, al núcleo de la violencia: la conclusión es que la raíz de toda violencia nace en la gente que la produce y la que la incentiva por medio de aportes económicos. Para lograr resultados se debería empezar por las oficinas elegantes y no por los suburbios de gente humilde. Ahí donde debería surgir la conciencia que contagie al resto de la gente, es donde surgen los planes oscuros y viciados de intereses que no hacen más que ponerle una curita a una herida gigantesca.
La concientización es otro paso importante hacía la solución definitiva. ¿A que me refiero? Si nosotros logramos concientizar a ese grupo de excluidos sociales que ven en sus expresiones violentas una forma de drenaje a las injusticias de una sociedad llena de desigualdades, podremos lograr que estos individuos a los que llamamos “barras” se conviertan en “hinchas”. No es excluyéndoles, ni reprimiéndolos que llegaremos al objetivo sino con contención y un ambiente que no realce su agresividad.
No es posible controlar a gente a la que se trata como “animales”: colas interminables, cacheos que rozan la violencia, estadios con accesos y baños en estado lamentable; no hacen más que aumentar el sentimiento de ira hacia lo establecido y fomentan las expresiones de furia. En Inglaterra dentro de las muchas medidas adoptadas para combatir a los “hooligans” se destaca la implementación de una figura llamada “Ombudsman” que lo ingleses tranformaron en “Ombudsfan”. Esta persona designada por el estado se encarga de proteger los derechos de los hinchas que asisten a espectáculos deportivos, con la creación de una secretaría que contiene y milita para mejoras que favorezcan la comodidad y seguridad de los espectadores. Esta figura política fue el eje de todo el plan para erradicar a los hooligans de las canchas del fútbol inglés. Porque estos violentos fueron individualizados y por medio de estudios sociológicos se comprobó que el 90 por ciento de estas personas pertenecían a la clase media trabajadora inglesa que se veía ampliamente desfavorecida con las políticas implementadas en aquella época por Margaret Tatcher (Primera ministra inglesa en 1989). Se les ofreció contención y principalmente se excluyó de las canchas a aquellos con antecedentes penales.
Sin embargo nosotros estamos un paso delante de ellos, que tuvieron que esperar una tragedia para reaccionar y aplicar cambios radicales. La tragedia conocida como “El Desastre de Hillsborough”, que causó la muerte de 89 personas y donde resultaron heridos más de 400 simpatizantes del Liverpool el 15 de abril de 1989, fue el punto de partida para lograr cambios. ¿Tendremos que esperar una tragedia de similares características para reaccionar? ¿O solo con cambiarle el nombre a la tristemente célebre puerta 12 por acceso “K” lograremos algo?
¿Cuan lejos estamos de ellos en nuestras medidas?. Los políticos siguen buscando leyes que logren golpes mediáticos con resultados a corto plazo que les garanticen rédito político. Nadie parece darse cuenta que la solución se encuentra en un largo plazo, pero tenemos que hacer todo hoy, al mismo tiempo y esperar los resultados en cinco años y otros diez para ver la estabilización. No parece mucho tiempo después de 100 años de violencia y 217 muertos.
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