miércoles, 17 de octubre de 2007
Editorial Juan Pablo Varsky en La Nación
Es un capital simbólico. Sólo se considera hombre a aquel que lo tenga. Los hinchas se lo conceden a aquellos compañeros que demuestren su saber físico en una lucha corporal contra las hinchadas rivales", dice el antropólogo José Garriga Zucal en "Hinchadas", un imprescindible libro de investigaciones compiladas por el sociólogo Pablo Alabarces. ¿Cómo se llena ese formulario? Agarrándose a trompadas con el "enemigo". El aguante está mucho más asociado a la capacidad para resistir el dolor que a la fidelidad por los colores. El que no se la banca no recibe entradas de favor, no tiene acceso a los beneficios de pertenecer En gran parte de la sociedad, la combinación violencia-drogas-delito tiene connotación negativa. Pero, en su propia lógica, estos grupos le dan un valor positivo a ese cóctel. "Estar loco y de la cabeza a partir del consumo de alcohol y drogas los nutrirán de honor y prestigio entre sus pares", continúa Garriga Zucal. Tener aguante, no temerle a nadie y estar "re loco" son los imprescindibles requisitos para ser incluido en la barra. ¿Por qué lo hacen?, podemos preguntarnos, cómodamente sentados en nuestro sillón. Ante la humillante exclusión social que sufren muchos jóvenes de la provincia de Buenos Aires (esa exclusión que vemos en los medios, pero no padecemos en persona), pertenecer a un grupo y tener una identidad no es un consuelo menor. Es la posibilidad de aferrarse a "algo" y ser alguien en la vida El aguante se ha privatizado gracias a los propios dirigentes de los clubes y a los referentes políticos que recurren permanentemente a sus servicios de protección y aprietes. El lema de los barras parece ser: "Si ellos roban, nosotros les robamos a ellos". ¿Hace falta meterle miedo al DT para que se vaya? Marche una amenaza por acá. ¿El intendente necesita gente para un acto? Vamos todos para allá. ¿Hay una forma de callar críticas contra el manejo fraudulento de los clubes? Sí, haciendo participar a los muchachos. En primera división se gana mucho dinero. En Rosario Central, manejan las divisiones juveniles. En Newell s, representan futbolistas profesionales. Adrián Rousseau y Alan Schlenker llevaron a los quinchos de Ríver su pelea por un botín de 60.000 dólares y arruinaron a los mismos dirigentes que les habían habilitado la caja millonaria. En Boca, Rafa Di Zeo se pasea como una celebridad, maneja el presupuesto y exporta su "manejo de grupo" a México y España para seguir engrosando sus ingresos como barrabrava. Esta mercantilización aleja a los barras de la simpatía por un club y los agrupa en otro bando: el de los mercenarios. Si la fórmula les funciona muy bien, ¿por qué la van a cambiar ? Creer que son inadaptados es el colmo de la ingenuidad. En tanto, el hincha argentino es visto en el exterior como el gran actor de nuestro fútbol. Es el que más alienta, el que más espectáculo da. Se habla más de la pasión del hincha que de la calidad del juego. Muchas bandas de rock sueñan con tener un tema cantado por una hinchada. Aunque en la versión cancha se hable de drogas y muerte El fútbol de ascenso en la Argentina es un fenómeno sin equivalentes en el mundo. Tiene cuatro categorías dependientes de AFA y el Torneo Argentino organizado por el Consejo Federal. Transmisiones radiales, programas de TV por cable, suplementos de diarios y sitios de Internet lo difunden como en ningún otro lugar del planeta. Buena parte de la actividad está concentrada en el conurbano bonaerense. Desde la B Metropolitana hasta la D, 47 de los 60 equipos proceden de esta región que padece la pobreza económica y la exclusión social. Aquí, al no haber plata importante, las barras militan por su propio club. El único botín en juego es ver quién se la banc a y quién corre en una pelea entre hinchadas. Ante esta superpoblación de equipos, la policía bonaerense debe ocuparse del 63% de los encuentros que se juegan cada fin de semana. ¿Está en condiciones de prestar servicio a tantos partidos? Desde operativos ineficaces hasta represiones indiscriminadas, pasando por inflación de agentes adicionales, su mala reputación no ayuda. Que no haya detenidos tras los incidentes en Gerli entre hinchas de Talleres y Los Andes suena a burla. Pero, ¿qué puede hacer cuando dos grupos deciden enfrentarse por el simbólico tesoro del aguante? Identificada por los barras como una hinchada más (y no como fuerza pública), la Policía cuenta en su base con hombres provenientes de los mismos sectores de pobreza y exclusión que aquellos a los que debe reprimir. El trabajo no está bien remunerado. Aparecen el resentimiento y el descontrol. Para un barra, robarle la gorra a un policía vale más que llevarse un trapo rival. Y las condiciones geográficas colaboran con la causa. De 62 estadios bonaerenses, 40 tienen muy cerca una estación de ferrocarril, lugar ideal para el combate. Los clubes pierden dinero, ya que la recaudación nunca les alcanza para pagar los costosos (e inflados) operativos policiales. La actual estructura está colapsada. Ante este panorama, es un milagro que no tengamos más tragedias por fecha. ¿Soluciones? Con educación, se atacan las causas de este drama. Llevará mucho tiempo, es una cuestión de largo plazo. Con justicia y gestión, se atacan los efectos. Aquí sí se demanda una urgente intervención del Estado y de la AFA. Nuevas leyes, reestructuración del fútbol y voluntad política para llevar adelante las reformas. Mientras tanto, usted aguante.
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