Cuando el olor a pólvora inunda los sentidos, cuando la sangre se derrama ante nuestros ojos, cuando nuestro raciocinio se sobrecarga de violencia, ya no hay espacio para la reflexión.
Acostumbrados a medidas y políticas con más tinte demagógico que reaccionarias, la solución a la violencia en el fútbol parece cada vez más lejana. Solemos escuchar que el modelo inglés (aplicado a los hooligans en 1989) podría ser la solución al mal que nos aqueja. Intentando seguir ese ejemplo es que en todos los estadios se implementaron sistemas de video y audio como si esto fuera una mágica y rápida respuesta a los violentos. Como todo en la Argentina la imposición careció de profundidad, porque para implementar un modelo extranjero habría que tener en cuenta varios factores: a) Nivel Sociocultural de la sociedad, b) Implementar el plan completo y no solo pequeños detalles de un programa que solo funciona si es implementado en forma integral y concienzuda, c) Ética y transparencia en las autoridades a cargo de la seguridad.
Estamos a acostumbrados a ejércitos de policías que lejos de servir a los espectadores y prevenir incidentes solo están dispuestos estratégicamente para reprimir. ¿Para que cantidades monstruosas de efectivos, si solo con un grupo menos numeroso pero bien entrenado y preparado se puede “prevenir”?
Prevención es la palabra clave en esta ecuación. Dirigentes deportivos y públicos carecen de visión y solo atacan al síntoma de esta enfermedad, parecen no querer entender que solo en la raíz está la solución. Quizás no la ataquen porque ellos mismo sean los culpables del crecimiento desenfrenado de un monstruo de muchas cabezas al que llamamos “Barras bravas”. El financiamiento de estos a las barras hace más de 50 años, ha hecho que este animal que parecía domesticado se les haya escapado de las manos y hoy muerda la mano de quien lo alimenta. El comienzo de toda acción para evitar nuevas víctimas es erradicar estos grupos violentos que se mueven en las adyacencias de la ley. Para lograr esto debe desaparecer la inocencia culpable que responde a “en mi club no hay barras bravas” o el gigantesco esquive de bulto que hacen legisladores e intendentes municipales, provinciales y nacionales que saben perfectamente de que estamos hablando.
”… Los espectadores solo sostienen su interés por el fútbol gracias a su pasión porque los responsables de canalizarla, acrecentarla y mantenerla vida apuestan al facilismo.
El fútbol argentino tiene una crisis estructural que muchos creen entender pero que pocos se ocupan de desentrañar (…) Tal vez es hora de entrar en el tema en serio con bisturí y de ser necesario con una motosierra. Porque por ahora todo lo sostiene la pasión y la pregunta que nos hacemos es hasta cuando…” (El Gráfico, 1/2/00 Editorial titulada “La Pasión por ahora aguanta”)
Después de mucho revolver y escudriñar vamos a llegar a un mismo punto, al núcleo de la violencia: la conclusión es que la raíz de toda violencia nace en la gente que la produce y la que la incentiva por medio de aportes económicos. Para lograr resultados se debería empezar por las oficinas elegantes y no por los suburbios de gente humilde. Ahí donde debería surgir la conciencia que contagie al resto de la gente, es donde surgen los planes oscuros y viciados de intereses que no hacen más que ponerle una curita a una herida gigantesca.
La concientización es otro paso importante hacía la solución definitiva. ¿A que me refiero? Si nosotros logramos concientizar a ese grupo de excluidos sociales que ven en sus expresiones violentas una forma de drenaje a las injusticias de una sociedad llena de desigualdades, podremos lograr que estos individuos a los que llamamos “barras” se conviertan en “hinchas”. No es excluyéndoles, ni reprimiéndolos que llegaremos al objetivo sino con contención y un ambiente que no realce su agresividad.
No es posible controlar a gente a la que se trata como “animales”: colas interminables, cacheos que rozan la violencia, estadios con accesos y baños en estado lamentable; no hacen más que aumentar el sentimiento de ira hacia lo establecido y fomentan las expresiones de furia. En Inglaterra dentro de las muchas medidas adoptadas para combatir a los “hooligans” se destaca la implementación de una figura llamada “Ombudsman” que lo ingleses tranformaron en “Ombudsfan”. Esta persona designada por el estado se encarga de proteger los derechos de los hinchas que asisten a espectáculos deportivos, con la creación de una secretaría que contiene y milita para mejoras que favorezcan la comodidad y seguridad de los espectadores. Esta figura política fue el eje de todo el plan para erradicar a los hooligans de las canchas del fútbol inglés. Porque estos violentos fueron individualizados y por medio de estudios sociológicos se comprobó que el 90 por ciento de estas personas pertenecían a la clase media trabajadora inglesa que se veía ampliamente desfavorecida con las políticas implementadas en aquella época por Margaret Tatcher (Primera ministra inglesa en 1989). Se les ofreció contención y principalmente se excluyó de las canchas a aquellos con antecedentes penales.
Sin embargo nosotros estamos un paso delante de ellos, que tuvieron que esperar una tragedia para reaccionar y aplicar cambios radicales. La tragedia conocida como “El Desastre de Hillsborough”, que causó la muerte de 89 personas y donde resultaron heridos más de 400 simpatizantes del Liverpool el 15 de abril de 1989, fue el punto de partida para lograr cambios. ¿Tendremos que esperar una tragedia de similares características para reaccionar? ¿O solo con cambiarle el nombre a la tristemente célebre puerta 12 por acceso “K” lograremos algo?
¿Cuan lejos estamos de ellos en nuestras medidas?. Los políticos siguen buscando leyes que logren golpes mediáticos con resultados a corto plazo que les garanticen rédito político. Nadie parece darse cuenta que la solución se encuentra en un largo plazo, pero tenemos que hacer todo hoy, al mismo tiempo y esperar los resultados en cinco años y otros diez para ver la estabilización. No parece mucho tiempo después de 100 años de violencia y 217 muertos.
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